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¡PONGÁMOSLE FRENOS AL ACELERE DE NUESTRA VIDA!

Si no tenemos clara esa norma elemental de la vida, es probable que nos llevemos sorpresas desagradables. ¡Hoy queremos todo para ya! Esa prisa la vivimos en la casa, en la oficina, en el colegio y en diversos entornos. Todos los días vemos en la calle cómo la ansiedad por llegar a determinados sitios hace que vivamos en una especie de 'carrera sin fin’. 



Se nos nota al caminar, cuando tomamos el transporte, en la forma de manejar los automóviles e incluso a la hora de comer. 

 Andamos alborotados, hablamos ‘a mil por hora’ e incluso emprendemos trayectos desaforados rumbo a nuestros destinos. En más de una oportunidad sentimos la necesidad de querer hacer las cosas de inmediato, sin prever que al final todo ese acelere termina arruinando nuestros intereses y, en general, nuestra existencia. 

 Suele suceder que el afán de conseguir nuestros propósitos termina llevándonos por errados caminos. Si analizáramos con detenimiento, nos daríamos cuenta de que esas urgencias están íntimamente relacionadas con las presiones innecesarias que ejercen sobre nosotros los demás. 

 Las crisis económicas y en general el fastidioso ‘mundo de los resultados’ están complicando nuestra agenda y nos han aumentado las angustias. Este tema también es un asunto de salud, así no lo queramos analizar desde esa arista. 

Está comprobado que las preocupaciones excesivas y sin fundamentos nos dejan huellas como la caída del cabello, el insomnio, las jaquecas y algo que también se refleja en cada uno de nuestros rostros: las arrugas. 

 También es claro que por culpa de los afanes, más de uno ha terminado en la clínica con una úlcera, atravesando por episodios de estrés grave, con depresiones e infartos. Vivimos presos de agites descomunales que nos roban la paz y no nos permiten disfrutar cada día con tranquilidad. 

No podemos permitir que el ritmo de la tecnología ni mucho menos las presiones de las personas nos dominen. 

 ¡CADA COSA TIENE SU TIEMPO Y SU LUGAR! 

 No les demos los permisos a otros para interferir en nuestros ritmos; tampoco podemos darles el poder de arruinar nuestras iniciativas. Ahora bien, hay cosas que no podemos resolver y no por eso se nos acaba el mundo. 

No estoy hablando de resignarnos, sino de entender el contexto y analizar hasta qué punto algo se nos sale de las manos. Para qué afligirnos si nos vemos inmersos en situaciones que no podemos cambiar; así las cosas, es mejor relajarnos.

Debemos poner los pies bien sobre la tierra y ser objetivos para entender en qué momento es en el que se debe tocar el acelerador y en cuál no. Si no tenemos claro esa norma elemental de la vida, es probable que nos llevemos sorpresas desagradables. 

 La serenidad y la paciencia, acompañadas de una gota de reflexión, son claves para que todas las cosas que hagamos sean exitosas. 

 Tampoco saquemos conclusiones precipitadas a partir de las cosas que vemos a nuestro alrededor; es mejor esperar a disponer de la mayor información posible para opinar o incluso para saber cuál es el momento más oportuno para actuar, sin temor a equivocarnos. 

 ¡No más preocupaciones sin fin! El acelere no puede seguir colocándonos el acelerador porque, sin siquiera notarlo, estamos arriesgando dos cosas fundamenta- les: el disfrute de cada momento y la calidad de nuestra vida.

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