Última hora

Pereiranos en la isla más poblada del mundo

San Bernardo es un archipiélago colombiano ubicado en el Golfo de Morrosquillo en el mar Caribe, administrativamente pertenece al departamento de Bolívar, pero en cualquier momento puede convertirse en un lugar tan inhóspito, como en el tiempo de la colonia. Un archipiélago es un conjunto de islas cercanas.


Los datos arrojan que en todo el archipiélago habitan 1.300 personas, de las cuales 1.247 habitan en Santa Cruz del Islote. Las islas hacen parte de una reserva natural compuesta por manglares de diferentes tipos, flamingos, monos Tití y las especies marinas que se pueden observar buceando, por eso, sobre todo, la población que se ve son los extranjeros que lo señalan como un paraíso.

A este conjunto de islas pertenecen contradictoriamente, entre otras ocho, la isla más poblada del mundo, el islote artificial de Santa Cruz y Tintipán, una isla, en la que por increíble que parezca llegó a estar habitada solo por dos pereiranos en tiempo de pandemia.

Este par de profesionales pereiranos son un matrimonio compuesto por una especialista en seguridad industrial y salud ocupacional, y un licenciado en artes visuales de la UTP. Hace ocho años tenían, como se dice, la vida organizada en Santa Rosa de Cabal, allí eran los dueños de un hostal, restaurante, bar y café, la vida fue común durante tres años.


Jennifer y Juangui en una isla para dos

Un día cualquiera Juan Guillermo recibió una invitación - contrato para ir al archipiélago por tres meses a pintar murales, sin saber lo que la vida les tenía preparado. Con el paso del tiempo se convirtieron en los administradores del hostal de la isla, a raíz de una pelea entre hermanas que desempeñaban esos cargos en el lugar y al ser ellos conocedores del negocio, por su experiencia en Santa Rosa, estaban que ni pintados para ocupar las vacantes.

Llegó la pandemia y el anuncio de evacuación de Tintipán, los cogió fuera de base, los esposos Delgado Sánchez trataron infructuosamente de comunicarse con sus jefes y nunca pudieron. Quedaron solos en la isla, las lanchas dejaron de llegar y con ellas los víveres. En Tintipán vale más el combustible que el dinero y es común pagar ‘los pasajes’ a los lancheros por ejemplo con dos galones de gasolina.

Al ser una reserva natural está prohibido hacer fogatas, porque el viento es impredecible y se puede armar en cuestión de minutos un incendio que borre a Tintipán del mapa. Así que empezaron a comer fríjoles germinados, así duros, no había de otra.

Maximus

Pasaron 25 días, el hambre atormentaba y la cabeza de Jenifer empezó a maquinar ideas para resolver el problema. Un día le dijo a Juan Guillermo que estaba muy cansada de comer coco, leche de coco, aceite de coco y agua de coco, que había encontrado proteína, entonces le propuso que se comieran a su perro Maximus, que también había aprendido a comer coco.

“Estar en esas condiciones es muy difícil, todo el mundo creería que estábamos de luna de miel y en lo que menos uno piensa es en intimar, porque lo que importa es sobrevivir. Recuerdo que hasta los peces se fueron, para pescar había que adentrarse mucho al mar”, comenta Jennifer, al tiempo que dice que Maximus fue en verdad su polo a tierra, lo único que la ataba a la realidad.

Fueron rescatados

Todo se acabó: el internet, el teléfono, el combustible ¿para qué el dinero? Tomaron la decisión de dejar la isla un jueves, al dejar un buzón de voz en el teléfono de los jefes desaparecidos para informarles que ahí les dejaban el inventario del hostal, de inmediato se comunicaron, pero no había marcha atrás. El sábado siguiente fueron adoptados por dos ancianos en su palafito de la isla contigua.

Jennifer expresó con aire de sobreviviente: “Ellos nos alimentaron y nos curaron, estábamos muy lacerados, hasta se nos cayeron las uñas de los pies, teníamos la piel llena de hongos y muy peludos. Nosotros les pagamos con trabajo, pintamos sus muebles e hicimos lo que más sabemos: sembrar y limpiar la isla”.

Los coletazos de Iota

Para la gente de montaña es muy difícil imaginar la furia del mar. Meses después tuvieron que presenciar cómo en palabras de Juan Guillermo: “el cielo se volvía candela, uno salía a lo que era terreno y el agua llegaba a la rodilla. Aquí el viento y el mar son los que deciden y lo pueden cambiar todo en cuestión de horas”.

No hay comentarios